La obsolescencia programada u obsolescencia planificada es la determinación o programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase de diseño del mismo, este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible por diversos procedimientos, por ejemplo por falta de repuestos, y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya.
Esta programación del fin de la vida útil del producto, crea al consumidor la obligación de adquirir un producto nuevo igual o similar. La mayoría de los productos están “programados para morir”, y en muchas ocasiones resulta más económico adquirir un producto nuevo que reparar el que ya tenemos.
La obsolescencia programada nos afecta como consumidores, a nivel económico y a nivel psicológico; nos hace entrar en un ciclo, comprar, usar, tirar, comprar, usar, tirar… incluso no hace llegar a desear productos que no necesitamos.
Este sistema también presenta otros problemas como el aumento de residuos que se generan al darse este fenómeno una y otra vez.
Por lo tanto, el círculo de uso se estrecha, y se multiplican los efectos negativos por la generación excesiva e innecesaria de residuos derivados de un consumo de bienes que resulta innecesario.
Podemos distinguir tres tipos de obsolescencia
- Obsolescencia de materiales: defectos debido a la falta de rendimiento de los materiales o de los componentes de los productos.
- Obsolescencia funcional: falta de interoperabilidad entre software y hardware.
- Obsolescencia psicológica: Deseo de un nuevo artículo a pesar de que el que ya se tiene resulte todavía funcional.
- Coste de la obsolescencia: se da cuando la reparabilidad de un producto resulta demasiado pequeña o incluso más cara que comprar un nuevo producto.
¿Cómo se puede abordar la obsolescencia?
Todos los agentes implicados en la producción y consumo de bienes, pueden contribuir al abordaje de la obsolescencia programada.
Los productores pueden desarrollar estrategias para garantizar un mínimo de vida útil de los productos garantizando la mínima aparición de fallos y necesidad de reparaciones, desarrollando estándares de medición de la vida útil y estableciendo requerimientos mínimos para los productos.
Los consumidores también pueden poner en práctica estrategias para extender la vida de los productos, las cuáles se facilitarían con:
- la mejora de la información que se proporcione sobre los productos y los componentes de los mismos
- La introducción de una cláusula de información sobre la vida útil del producto
- La declaración de requisitos específicos de uso y mantenimiento
- La información sobre repuestos y servicios de reparación.
Por último, son imprescindibles instrumentos jurídicos como la obligación de una declaración de garantía, el establecimiento de normas de seguridad de los productos, el establecimiento de requisitos de reparabilidad, la mejora de las condiciones de los reparadores o el almacenamiento obligatorio de piezas de recambio.