La inteligencia artificial llega al cubo de la basura

Las nuevas tecnologías y el big data transformarán en poco tiempo la gestión de los residuos. Varias experiencias pioneras en universidades, hospitales y pequeñas poblaciones marcan el camino.

Una cosa es saber algo en abstracto –el suelo resbala– y otra distinta, constatarlo en persona –te has caído de nalgas-. Todos sabemos que no es lo mismo tirar la basura a lo loco que separar debidamente los residuos. Pero pasar de la teoría a la práctica a veces requiere un empujón en la dirección correcta. No es lo mismo conocer la importancia general del reciclaje, un proceso en el que participa el conjunto de la sociedad, que calcular en la vida diaria la contribución concreta hacemos con cada gesto.

Que el contenedor de residuos nos devuelva al instante esa información -«enhorabuena, acabas de ayudar al medio ambiente», contabilizando el ahorro exacto de emisiones-, o nos reprenda si nos equivocamos de cubo podría ser exactamente esa clase de empujón. De hecho, la tecnología se ha desarrollado en España, a través de la organización sin ánimo de lucro Ecoembes, y ya está lista. Sólo falta ajustar detalles, tras analizar los resultados del proyecto piloto, para que pueda implementarse a gran escala.

El sistema se ha probado entre marzo y diciembre de 2019 en cuatro pequeñas poblaciones catalanas -San Boi de Llobregat, Igualada, Granollers y Pla de L’Estany- dos universidades -Politècnica de Catalunya y Rovira i Virgili- y un hospital -Germans Trias i Pujol-.

Existen dos modalidades. En los lugares públicos, el contenedor calcula al momento el impacto ambiental positivo de haber depositado un residuo en el lugar correcto y felicita al ciudadano. Para ello, el usuario no tiene que hacer nada, salvo, obviamente, tirar bien la basura. Pero el sistema, llamado Reciclaje 5.0 y desarrollado en The Circular Lab, el centro de innovación de Ecoembes en Logroño, permite una participación más compleja: mediante una app en el móvil, haciendo una foto a los residuos y al código QR del contenedor, cada acción de reciclaje se guarda, computa y suma a la cuenta personal del usuario.

Una vez que cada participante tiene su perfil de reciclador, se pueden hacer varias cosas. La primera es que su colaboración se convierte en puntos, llamados reciclos, canjeables por dos clases de premios: o se ceden a una organización social o ambiental, o se convierten en boletos para sorteos. El premio es siempre un producto sostenible, donado por entidades colaboradoras. Y nunca demasiado caro: se trata de involucrar a las personas en un sistema sostenible a largo plazo.

Otra posibilidad es que, en los centros públicos, el propio contenedor despliegue en una pantalla el ránking de los que más reciclan. Ahí mismo, si el usuario se conecta, puede donar al instante los puntos que acaba de generar o que lleva acumulados, o apuntarse con ellos al sorteo. También puede gestionar todo ello desde su móvil.

Uno de los objetivos de esta primera fase ha sido, precisamente, validar qué clase de incentivos funcionan mejor. Y aquí reside la primera sorpresa.

Según explicó Denisa Gibovic, directora de la startup Blue Room, que colabora con The Circular Lab en el desarrollo del sistema, los usuarios elegían mayoritariamente incentivos individuales en los cuestionarios previos. Pero, a medida que van utilizando el sistema, se ha detectado una tendencia a acogerse cada vez más a la modalidad de las donaciones.

El sistema arranca de la idea de que la tecnología no transforme demasiado el habitual y sencillo gesto de tirar la basura, pero sí convierta la acción de reciclar en algo mucho más concreto: la contribución se mide con exactitud y se puede elegir qué se hace con los puntos generados o a qué obra social concreta -de entre las que colaboran en el sistema- se quiere ayudar con ellos.

«Hace pocos años, esto no se habría podido hacer», explica Zacarías Torbado, coordinador de The Circular Lab. Pero la tecnología es sólo la mitad del sistema. La otra, también fundamental, es analizar al detalle toda la información obtenida en el estudio piloto sobre qué hace que la gente participe y de qué modo puede optimizarse la colaboración.

De momento, se ha logrado un 9,1% de participación en los lugares donde se ha probado el sistema, un dato que Torbado considera «muy bueno» para una primera fase, que será objeto de sucesivas mejoras tras escudriñar la ingente cantidad de datos que generan los usuarios.

«Seguro que ampliaremos su implantación, pero aún sabemos cuánto ni cómo», advierte Torbado. Lo que tienen claro los responsables del proyecto es que tanto las administraciones como los ciudadanos están pidiendo esta clase de iniciativas, y que la tecnología será fundamental.

«La sociedad ya está preparada para interactuar con la inteligencia artificial y la tecnología. Lo vemos cada día. En los móviles, sin que seamos conscientes, vamos recibiendo información concreta. Y con el reciclaje nos pasa lo mismo», aventura Ana Rivas, coordinadora de Innovación en The Circular Lab.

EL RECICLAJE DEL FUTURO. Serie sobre Economía Circular en colaboración con Ecoembes

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